miércoles, 17 de febrero de 2016

Alejandro Sawa, “genio y figura hasta la sepultura”


“¡Irme, irme! Yo no sueño sino con eso. Irme a una tierra cualquiera donde la villanía no sea el estado social de la gente, donde a lo menos las afirmaciones y las negaciones tengan el sentido filológico que todos los léxicos les prestan, donde el honor se asiente en las almas y no en los labios. ¡Irme, huir de aquí, por dignidad, por estética, por instinto de conservación! Es que yo me noto aún sano en esta sociedad de leprosos.”Alejandro Sawa.
Son palabras escritas por Alejandro Sawa, aquel sevillano casi desconocido que encajan perfectamente con la actualidad. Palabras que, tal vez, muchos suscribiríamos en estos momentos por la situación que atraviesa nuestro país. Pero no es de política de lo que quiero hablar aquí, sino de la figura de aquel sevillano que jamás renunció a su origen andaluz.
Alejandro Sawa nació en Sevilla el 15 de marzo de 1862, aunque pronto salió de ella y de Málaga, donde pasó parte de su infancia y juventud. Antes de los 18 años emprendió el periplo que le llevaría a Madrid y a Paris, para retornar de nuevo a Madrid, donde falleció el 3 de marzo de 1909.
El desconocimiento de su obra literaria, (fecunda, por cierto, en tres años escribió seis novelas entre las que se encuentran “La mujer de todo el mundo”; “Crimen legal”; “Criadero de curas”; y “Noche”), a nivel popular, tal vez haya que buscarlo en algo que no tiene nada que ver con ella misma y sí mucho con la situación política que atravesaba España, inmersa en un proceso de exaltación de los valores nacionales y patrióticos, donde todo lo que fuera salirse de los valores que por entonces querían asentarse en la sociedad era rechazado. No ocurrió lo mismo entre los intelectuales de la “Generación del 98”, donde no pasó desapercibida ni su obra ni su figura, eco de ella se hacen Ramón del Valle Inclán, Azorín, Manuel Machado y Pio Baroja, aunque este último tuvo sus grandes diferencias con Alejandro Sawa.
En “Luces de Bohemia”, de Ramón del Valle Inclán, ven quienes estudian la literatura de aquella época, en Max Estrella, protagonista principal de la misma, un fiel reflejo de la personalidad de Alejandro Sawa. Esa condición de “bohemio”, término acuñado en Francia para definir un estilo de vida, no creo que sea el más apropiado para definir su particular visión de la sociedad en que vivió. Sí está claro que fue un extemporáneo de ella, como él mismo llegó a reconocerse.
Olvidado y casi desconocido hasta la celebrarse en 2009 el centenario de su muerte, en aquellas fechas se reimprimió su obra póstuma “Iluminaciones en la sombra”, obra que recomiendo leer a quienes estén interesados en conocer un poco más a Alejandro Sawa. Así como el libro de Amelina Correa Ramón, doctora en Filología Hispánica, “Alejandro Sawa. Luces de bohemia” en que nos describe todos los pormenores de su vida y un análisis literario de sus principales novelas.
La edición original de “Iluminaciones en la sombra”, su obra póstuma editada en 1910 gracias al empeño de su viuda Juana Poirrier de Sawa y el interés demostrado por Ramón del Valle Inclán, que llegó a escribir una carta a Rubén Darío, según se recoge en la obra de Manuel Alberca y Cristóbal González, “Ramón de Valle Inclán. La fiebre del estilo”, en estos términos:

“Querido Darío: Vengo a verle después de haber estado en casa de nuestro pobre Alejandro Sawa. He llorado delante del muerto por él, por mí y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada, usted tampoco, pero si nos juntamos unos cuantos algo podríamos hacer. Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones. El fracaso de todos los intentos para publicarlo y una carta donde le retiraban una colaboración de sesenta pesetas que tenía en El Liberal, le volvieron loco durante los últimos días. Una locura desesperada. Quería matarse. Tuvo el fin de un rey de tragedia: murió loco, ciego y furioso. “
Del prólogo de aquella edición, realizado por Rubén Darío a petición de la viuda de Sawa, y que recoge una semblanza sobre el mismo, entresaco estos párrafos:
“Era a la sazón un hermoso tipo de caballero, airoso, con cierta afectación en la mirada y en los ademanes. […] Aún se soñaban sueños con fe y se decían versos de verdad. Si existiese el arribismo, tenía otro nombre y no tanta desvergüenza”.
“Lo cierto es que él siempre vivió en leyenda, y que, siendo como fue, de una gran integridad y sinceridad intelectuales, pasó su existencia golpeado y hasta apuñalado por lo real en la perpetua ilusión de sí mismo”.
En aquella edición figura también el epitafio que Manuel Machado le dedicó y que acaba con estos versos: “Es el morir y olvidar / mejor que amar y vivir. / Y más mérito el dejar / que el conseguir.”
Sirvan pues estas letras como homenaje y recuerdo a aquel sevillano que a pesar de todo, como dice el refrán, fue “genio y figura hasta la sepultura”.

jueves, 4 de febrero de 2016

IN MEMORIAM



Se ha marchado, silenciosamente nos ha dejado con la misma sensibilidad que expresaba en sus obras. Mas nos ha dejado sus pinturas, reflejo de su propio ser interior. Un legado que no tiene precio y que mantendrá viva su memoria a través del tiempo. De mi interés por lo creativo, sobre todo lo que se aplica a la persona y a su medio, nace  mi amor a las bellas artes. Ellas encierran la necesidad del ser humano de comunicarse y transmitir sus sentimientos. De ellas, dos me atraen sobremanera: la música y la pintura. Entiendo que realmente fueron las primeras que los humanos utilizaron para entablar relaciones. Ambas nacen de los sentimientos y ritmo, armonía y color se aplican cuando se describen obras de estas dos disciplinas artísticas.
Aeich Thimer, un pintor sirio nacido en 1959 en Quneitra, en los altos de Golan, ocupada por Israel, del que tuve el honor de contar entre mis amistades de facebook. Prolífico artista que dominaba todas las técnicas de la pintura. Kandinsky decía: “El artista ha de tener algo que decir, pues su deber no es dominar la forma sino adecuarla a un contenido”, y en eso Aeich era un maestro, basta contemplar algunas de sus obras.
Con este escrito quiero rendir un sencillo pero sincero homenaje a este insigne pintor. Su recuerdo trae a mi memoria estos versos de Juana Bignozzi:
No pinta el cielo sino
de la tierra el alma rosa
no pinta hombres sino caballos
y el sueño del corazón hacia su frontera
 
Sobre cada utopía en retirada
el cielo se abre
para mostrarla a contraluz.
Y los de Rafael Alberti en su poema “A la pintura”
A ti, lino en el campo. A ti, extendida
superficie, a los ojos, en espera.
A ti, imaginación, helor u hoguera,
diseño fiel o llama desceñida.

A ti, línea impensada o concebida.
A ti, pincel heroico, roca o cera,
obediente al estilo o la manera,
dócil a la medida o desmedida.

A ti, forma; color, sonoro empeño
porque la vida ya volumen hable,
sombra entre luz, luz entre sol, oscura.

A ti, fingida realidad del sueño.
A ti, materia plástica palpable.
A ti, mano, pintor de la Pintura.
¡Hasta siempre!, Aeich,  buen hombre, gran artista. Siempre permanecerás en nuestro recuerdo.