viernes, 20 de marzo de 2015

UN ENCUENTRO



Diógenes de Sinope. Detalle de un grabado de Thomas Stanley en Historia de la Filosofía (1655)
La historia está plagada de relatos que han sobrevivido al tiempo y han despertado el interés de posteriores generaciones. Entre todos esos relatos está el encuentro entre Alejandro Magno y el filósofo Diógenes. Un episodio narrado o aludido en numerosas fuentes antiguas, desde Cicerón a Plutarco, y retomado por otros autores de época medieval. Así como ha sido motivo de inspiración a numerosos autores para sus obras pictóricas o grabados en diferentes épocas.
Nadie puede asegurar que tal encuentro se produjera, y si sucedió, el diálogo entre los dos fue tal como es narrado. Lo interesante de este relato es el contraste entre ambos personajes. 
Diógenes, representante de una filosofía de vida que consideraba que la única forma de alcanzar la felicidad estaba en la renuncia a los bienes y comodidades de la civilización y en un mayor contacto con la naturaleza. Aquel filósofo que se reía del mundo, renegaba de la política y la guerra. Aquel que se definía a sí mismo como “cosmopolita” o “ciudadano del mundo”.
 Busto de Alejandro Magno en los Museos Capitolinos de Roma
Por otro lado, Alejandro Magno, el gran conquistador, uno de los mayores estrategas de la historia, fiel exponente del poder absoluto, y cuya ambición y conquistas despertaban la admiración y el respeto de todos los hombres de aquella época.
 Composición con varias representaciones pictóricas de aquel encuentro
El encuentro tendría lugar a las afueras de Corinto, y fue Alejandro Magno el que se dirigió a la búsqueda de Diógenes, seguramente atraído por su reconocida sabiduría y peculiar modo de vida. 
Según el relato de Plutarco, tal vez el más completo de los de la antigüedad, el encuentro transcurrió así.
“Congregados los griegos en el Istmo, decretaron marchar con Alejandro a la guerra contra Persia, nombrándole general; y como fuesen muchos los hombres de Estado y los filósofos que le visitaban y le daban el parabién, esperaba que haría otro tanto Diógenes el de Sínope, que residía en Corinto. Mas éste ninguna cuenta hizo de Alejandro, sino que pasaba tranquilamente su vida en el barrio llamado Craneto; y así hubo de pasar Alejandro a verle. Hallábase casualmente tendido al sol, y habiéndose incorporado un poco a la llegada de tantos personajes, fijó la vista en Alejandro. Saludóle éste, y preguntándole enseguida si se le ofrecía alguna cosa
"Muy poco —le respondió—; que te quites del sol".
Dícese que Alejandro con aquella especie de menosprecio quedó tan admirado de semejante elevación y grandeza de ánimo, que, cuando retirados de allí empezaron los que le acompañaban a reírse y burlarse, él les dijo:
"Pues yo a no ser Alejandro, de buena gana fuera Diógenes".
Ramón de Campoamor
Un relato que, a mediados del siglo XIX, inspiraría a Campoamor su poema “Las dos grandezas”
“Uno altivo, otro sin ley, / así dos hablando están. / –Yo soy Alejandro el rey. / –Y yo Diógenes el can.
–Vengo a hacerte más honrada / tu vida de caracol. / ¿Qué quieres de mí? – Yo, nada; / que no me quites el sol.
–Mi poder... –Es asombroso, / pero a mí nada me asombra. / –Yo puedo hacerte dichoso. / –Lo sé, no haciéndome sombra.
–Tendrás riquezas sin tasa, / un palacio y un dosel. / –¿Y para qué quiero casa / más grande que este tonel?
– Mantos reales gastarás / de oro y seda. –¡Nada, nada! / ¿No ves que me abriga más / esta capa remendada?
–Ricos manjares devoro. / –Yo con pan duro me allano. / –Bebo el Chipre en copas de oro. / –Yo bebo el agua en la mano.
–¿Mandaré cuanto tú mandes? / –¡Vanidad de cosas vanas! / ¿Y a unas miserias tan grandes / las llamáis dichas humanas?
– Mi poder a cuantos gimen, / va con gloria a socorrer. / –¡La gloria! capa del crimen; / crimen sin capa ¡el poder!
– Toda la tierra, iracundo, / tengo postrada ante mí. / –¿Y eres el dueño del mundo, / no siendo dueño de ti?
– Yo sé que, del orbe dueño, / seré del mundo el dichoso. / – Yo sé que tu último sueño / será tu primer reposo.
–Yo impongo a mi arbitrio leyes. / –¿Tanto de injusto blasonas? / –Llevo vencidos cien reyes. / –¡Buen bandido de coronas!
–Vivir podré aborrecido, / mas no moriré olvidado. / –Viviré desconocido, / mas nunca moriré odiado.
–¡Adiós! pues romper no puedo / de tu cinismo el crisol. / –¡Adiós! ¡Cuán dichoso quedo, / pues no me quitas el sol!–
Y al partir, con mutuo agravio, / uno altivo, otro implacable, / –¡Miserable! dice el sabio; / y el rey dice: –¡Miserable! 
Lo más valioso que podemos extraer de este relato es la gran repercusión que ha tenido a lo largo de los años, que hasta nuestro tiempo ha llegado, y muchos dan por cierta. Y la enseñanza de un modo de vida basado en la renuncia a todo lo vano y superficial  y en contacto con la naturaleza, alejada del lujo y de la sociedad hipócrita que hoy nos quieren imponer.
Esa imagen representa las ideas de los filósofos griegos surgiendo de nuevo entre las aguas. Esas ideas que hoy se han perdido por completo en nuestra sociedad materialista.

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