sábado, 23 de agosto de 2014

Sueños rotos


Su mirada perdida, quizás añorando aquellos tiempos en que Gaza, su tierra, era cuidada y cultivada por sus habitantes. Una tierra que devolvía a los agricultores toda la riqueza de sus frutos por el esfuerzo realizado.
Una tierra que era festoneada por plantaciones de árboles frutales, como el naranjo; grandes extensiones con trigo y cebada que mecían, con la brisa de la mar cercana, sus espigas esperando ser recolectadas; hermosas vides con sabrosas uvas; y campos con plantaciones de todo tipo de verduras y hortalizas, en cantidad suficiente, no sólo para abastecer las necesidades de su población, sino para venderlas en otras ciudades palestinas, donde eran apreciadas por su calidad, sobre todo sus hermosas y dulces sandías.
Aquella mar que entregaba a los pescadores, en sus redes, el fruto de su trabajo, convertido en los peces que en sus aguas nadaban. Mientras que hoy apenas revenden lo que otros han pescado.
Y la labor de aquellos artesanos que ejercían sus profesiones con sus conocimientos, la habilidad de sus manos y el esfuerzo personal, para cubrir las necesidades de sus clientes.
Gaza no necesitaba de la “caridad” de las “ayudas humanitarias”, era el propio esfuerzo y trabajo de sus habitantes lo que les permitía vivir con dignidad. Tal vez no en las mansiones y edificios que hoy se levantan por todas aquellas tierras dedicadas al cultivo, pero sí con la libertad de ser ellos mismos los que generaban la riqueza que los mantenía.
Rememora aquellos tiempos en que Gaza era cruzada por un ferrocarril que la comunicaba con todos los países cercanos. Aquel tren en el que se subió más de una vez en la estación que se encontraba en el área de Salah al-Din. O ver volar los aviones que partían y llegaban del viejo aeródromo que comunicaba Gaza con Europa, Egipto y otros países lejanos.
Le encantaba ver a las muchachas con sus vestidos de lindos coloridos, asistir a las clases en cualquier lugar, pues su ansías por aprender estaba por encima de otras cuestiones, y verlas divertirse practicando algunos deportes. Mientras que en la actualidad le produce tristeza ver a las mujeres embutidas en esos ropajes negros.
Ha vivido los suficientes años para no creer ya en los “cuentos” de unos y otros. Ni las palabras de quienes dicen buscar una paz negociada, pues siempre una de las partes se niega o entorpece esa vía de salida. Ni tampoco la palabrería de quienes vociferan que la “única solución está en la armas”.
Sus ojos, extraviados hoy en esa mirada, han visto como Gaza iba sucumbiendo poco a poco, como las fértiles tierras se convertían en campamentos de instrucción para algunos, o sobre ellas tomaba asiento el cemento de construcciones de viviendas y mansiones, y otras no podían ser cultivadas por estar en zona de exclusión decretada por Israel, y correr peligro las vidas de quienes pretendieran hacerlo.
Ha visto como muchos de sus convecinos de hoy, se conforman con recibir la "limosna" de la UNRWA o de otras organizaciones de “ayuda humanitaria”, con ello se sienten plenamente satisfechos.
Parece no importarles que las estrictas medidas de Israel, sobre el control de la mercancía que entra en Gaza, no permita el desarrollo de la industria y la agricultura que podían hacer de Gaza una tierra en donde sus hijos no tuvieran que salir de ella en busca de “paraísos” nunca encontrados.
A pesar de que todo esto son como espinas clavadas en su corazón, lo que en realidad lo destroza por completo es ver que sus nietos hoy sólo contemplan la ruina en que, unos y otros, los israelíes y los propios palestinos, han convertido esta tierra. Los primeros con sus ansías coloniales y sus ideas de raza superior; los palestinos con su egoísmo y sus interés económicos. Ambos son culpables de que sus nietos, aparte de las consecuencias físicas y psíquicas que lleva consigo ésta injustificable y cruenta guerra, no puedan ver reverdecer esta tierra y tener en ella el futuro para una vida digna y en libertad.
Él rememora las palabras, tantas veces leídas, que Khalil Gibran escribió: “Vuestros hijos no son hijos vuestros. Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros. Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen”. Mas estas palabras, nacidas del pensamiento de un árabe como los palestinos de Gaza lo son, y fundador de un movimiento de carácter político cuyo objetivo era liberar a los árabes del dominio otomano, parecen no haber sido entendidas por la mayoría de los gazatíes. Estos niños no pertenecen a sus padres, mucho menos a los grupos políticos y militares existentes en Gaza, y sin embargo sufren en sus carnes los avatares de una sociedad más pendiente del dinero, de lo material, de las apariencias,… que de labrar y asfaltar el camino hacia un futuro mejor para ellos.
Gaza hoy se encuentra abandonada, y los niños de Gaza, que son como esos que corretean por nuestras casas, calles y parques fuera de aquel territorio; sufren las consecuencias de ese abandono, abocados a un futuro en el que sólo la violencia tiene cabida. Si bien Israel dispara los proyectiles que asolan Gaza sistemáticamente cada cierto tiempo, es la indolencia, la comodidad y el miedo de sus habitantes, y el egoísmo de sus gobernantes, los que facilitan esas acciones, desde cualquier punto de vista, injustificables de los sionistas de Israel. Cuando un pueblo sufre por culpa de sus dirigentes, en realidad es el propio pueblo el que tiene la culpa de ello. Los gazatíes se volcaron con Hamas huyendo de la corrupción de Al Fatah, y cayeron en algo mucho peor: la dictadura de unos extremistas.
Los niños de Gaza no son hijos de ninguna religión, ni de opciones políticas. Ellos no eligieron su lugar de nacimiento. Ellos son merecedores de algo mejor por parte de sus mayores. Son muchas las opciones que existen para hacer eso posible, y sus dirigentes deberían de ser capaces de elegir la mejor de ellas, en las que la violencia no tuviera cabida. Y si las opciones no existen, tanto los dirigentes de Gaza como Israel, tienen la obligación y el deber moral de inventar nuevas opciones para reconstruir sus hogares y sus vidas. Los niños de cualquier parte del mundo, en este caso los niños de Gaza, deben ser los motores para una reflexión de extraordinario valor ante la adversidad que los adultos somos capaces de crear en sus vidas.
La esperanza que encierra las palabras de Gibran: “En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente”, es lo que aún mantiene viva en nuestro corazón la llama de un futuro mejor para Gaza.
Airam


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